viernes, 20 de febrero de 2009

Oye Walter, si no puedes coger el coche, ¿cómo te mueves los Sabbash?


Pobre Donny. Para él las costumbres de Walter son todo un misterio. No comprende lo que hace, ni porqué lo hace, ni cómo lo hace. "¿Qué le pasa ahora a Walter?" Pero aún así le quiere: juega con él a los bolos, le acompaña a comer hamburguesas y hasta le cuenta cómo un día exploró las playas del sur de California, desde La Jolla hasta Leo Carillo. Y es que, a pesar de la incomprensión, hay que querer a la gente. Y tratar de acercarse a ellos, por muy lejos que estén, muy amarillos que sean o muy raro que hablen.
Sobrevivo -¿cómo que sobrevivo?, ¡disfruto!- día a día entre 20 millones de personas a las que entiendo bien poco de lo que dicen. De vez en cuando me paran por la calle, me preguntan o me dicen cosas, y todo lo que puedo hacer es sonreir, decir "no entiendo", y seguir andando. ¿Alguien ha oído en la radio el anuncio de "aprende inglés con mil palabras"?. Bien, quizá en inglés mil palabras basten... en chino ni de coña. Debo manejar unas 200 palabras y no me dan para mantener el tipo como chino-hablante durante mucho tiempo. Es cierto que en algunas situaciones me he convertido en un "experto", y que mi vocabulario y seguridad al coger un taxi a veces hacen que el taxista se lance a conversar sobre lo mundano y lo divino. Bien, intento dármelas de poco locuaz y misterioso, pero la farsa se mantiene durante poco tiempo.
-Buenos días, ¿dónde vamos?.
-Buenos días maestro, voy camino de la calle Caoxin Este, al centro de exposiciones.
-Muy bien, ¿vamos por la carretera elevada?.
-Perfecto, por donde usted quiera.
-你是哪国人.
-Claro.
-我市滳骇人,你住那?
-Ajá.
-你的中文不好。
-Mmmmm, buenos días maestro, voy camino de la calle Caoxin Este...
Al menos voy mejorando, al principio sólo me entendían el "Buenos días maestro". De todas formas, estoy preparado para cualquier cosa: el otro día descubrí que las tiendas europeas no se llaman aquí igual que en Europa. Busqué la web de IKEA, encontré la dirección, y cuando me subí al taxi, le dí las indicaciones y le dije "IKEA" al tío se le puso cara de dibujo manga. Ojiplático, se quedó. ¡Qué bonita palabra! Tuve que convencerle de que yo, un bárbaro, conocía un sitio en la calle que le había dicho que se llamaba IKEA, donde se compraban cosas para la casa. "Allí conozco IKEA, comprar cosas casas", le dije, más o menos. Había topado con una barrera invisible y ni él ni yo sabíamos qué ocurría.
-El sábado, Donny, es Sabbash, el día de descanso judío, y no trabajo. Ese día no conduzco, no me monto en un coche, no manejo dinero, no enciendo el horno y desde luego, ¡no juego a los bolos! ¡Sommer Sabbash hostias!
Bueno, una importante lección. Para introducirse en el mercado chino, las marcas extranjeras suelen adaptar su fonética a un significado que tenga algo que ver con su producto. En el caso de IKEA, en China se llama yi jia, que viene a ser algo así como "muebles para la casa". Cuando quise ir a Carrefour ya iba preparado: maestro, camino de jia le fu ("casa limpia bonita"). Ahora, en lugar de Coca-Colas, pido ku koa kuai le ("dejar a la boca disfrutar"), y así con infinidad de cosas.
A veces me siento "como un niño pequeño que aparece en mitad de una película y no se entera de nada", pero aún así "luchare y triunfaré de todas formas". Si el idioma se me hace difícil, las costumbres me dejan como si fuera un marciano. Además de las míticas de escupir continuamente por la calle, saber que te van a rechazar varias veces cualquier cosa que ofrezcas o disfrutar viendo cómo los viejecillos de mi urbanización se ponen el pie en la cabeza mientras hacen tai chi por la mañana, la que más me ha "chocado" -jo, jo, menuda coña- es la de no respetar ninguna señal de tráfico. ¡Ninguna! Las bicis son como hormiguitas que se meten por todos sitios -acera, autopista, dirección contraria, pasos de cebra- y los coches pasan completamente de carriles, semáforos y guardias de tráfico. ¿Cómo sobreviven?. Pues, como diría Jack Burton, "es cuestión de reflejos".

miércoles, 11 de febrero de 2009

Es el receptáculo de precio más asequible...


No. No me he muerto. Ni he visto todavía partir a Donny, aunque la condenada comedia humana supongo que se sigue perpetuando. He conseguido una casa.
En la entrada anterior amenazaba con pillarme una enorme, por encima de los cien metros cuadrados, donde por muchas barras de pan que alguien comprara, fuera imposible hacer una alfombra de MIGAS en la cena de navidad. Sin embargo, he decidido tomármelo con calma y al final he alquilado un acogedor tercer piso que apenas llega a los setenta. ¿Por qué? Pues muy sencillo, porque para mí solo es más que suficiente.
China es un país en el que es muy fácil adquirir el síndrome del occidental con pasta y, durante los primeros días, parece que nada es suficiente cuando se empieza a medir en euros. Quizá por eso cuando llegué a Shanghai me dirigí a varias agencias de alquiler, les puse un tope máximo de dinero -que aquí siempre es negociable- y les pedí que me enseñaran pisos modernos de dos habitaciones, en "un barrio agradable pequeño y tranquilo".
En Pekín el primer finde me metí la paliza de ver 11 pisos en dos días para acabar alquilando uno "a lo chino" en el que las tuberías oxidadas y las paredes de cemento salvaje convivían con pantallas de plasma y ascensores de ciencia ficción. Para Shanghai prefería algo sin sorpresas y donde no me teletransportara a Kabul cada vez que pasara por el portal.
Los agentes de alquiler lo entendieron a la perfección y durante los primeros días fui a edificios de todo tipo, toqué con el ceño fruncido el cuero de sofás de dos metros y medio que descansaban delante de teles de 40 pulgadas, miré con incredulidad cómo al lado de una cocina recién reformada ponían el microondas que usaba Mao y agité la mano contrariado cuando las vistas desde las ventanas no concentraban, al menos, diez u once rascacielos. Los agentes se mosqueaban porque rechazaba todo y yo, por mi parte, vivía mi particular fiebre del oro, queriendo ver más y más casas y subiendo cada día el caché de lo que estaba dispuesto a pagar.
Al final me llevaron a una urbanización con un lago interior donde podías pasear en barca. Por encima del lago cruzaban puentes de madera y, junto a éstos, habían construido unas terracitas de bambú donde tomar el sol en verano -y disfrutar de la contaminación-. La casa que me enseñaron era un primer piso que daba al lago, con ventanales en el salón que iban desde el agua hasta el techo... Eso sí, el precio era prohibitivo. En mi carrera hacia el lujo había superado mi propio límite, y los agentes de pisos estaban enseñándome ya las casas destinadas a altos ejecutivos extranjeros o miembros del partido. Yo no sabía qué excusa poner, porque estaba claro que la mansión no tenía ninguna pega, así que al final me acabé escabuyendo objetando que con tanta agua en verano eso tenía que ser un nido de mosquitos. Lamentable. Los agentes de pisos, seguros de haberme llevado a un sitio en el que no podría encontrar pegas, empezaron a sospechar de la bonanza económica de un chaval despeinado que llevaba todos los días camisetas arrugadas y no se había afeitado desde que le habían visto aparecer por la puerta de su oficina.
- Oye Bú, ¿no se suponía que este tío era millonario?
- A mí me parece un puto tirado...
Pues eso, que en mi casa el asiento del wáter estará subido. El lago, las barcas y los puentes me llevaron de vuelta a la realidad y empecé a pedir casas de una habitación, con la buena suerte de encontrar una y firmarla el mismo día en el que había bajado mis miras. Una chica pijilla que vivía con mil comodidades tenía que irse a Pekín porque le habían concertado su boda con un empresario de allí y el casero estaba como loco por encontrar a alguien que pudiera cubrir los meses que la chica iba a dejar de pagar en el contrato. Total, que he encontrado una guarida la mar de maja y por un capital más que razonable.
La rueda de la fortuna gira y mientras que unas veces te la juega en una estación de tren, a la semana siguiente te la devuelve con un buen sitio donde vivir.

jueves, 5 de febrero de 2009

¿Es que acaso soy el único que no se caga en las reglas?


Después de esperar tres meses un visado, cambiar dos veces el billete de avión, chuparme todos los trámites para alquilar un piso en Pekín y deshacer los 33 kilos de equipaje y guardarlos en los armarios, he tenido que hacer las maletas a contrarreloj, comprar un billete de tren de 12 horas y mudarme de Pekín a Shanghai. ¿El problema? La burocracia; china y española. Al llegar a Shanghai, otra vez a buscar piso, a someterme a una entrevista para que una chica majísima haga un informe sobre mí y decida si me dan o no la tarjeta de prensa, registrarme en comisaría, hacerme un examen médico oficial y pasearme por el hospital en batín, pedir el permiso de residencia y alargar el visado hasta el año que me queda aquí. Podría echar mil pestes, pero la verdad es que estoy muy contento. Y ahora es cuando me pregunto:
- ¿Os creéis que estoy de coña? ¿Es que acaso soy el único que no se caga en las reglas?
En fin, seguro que hay mil motivos buenos para quejarse, pero los míos están muy lejos de serlos, y más aún cuando estoy rechazando casas por tener demasiados metros cuadrados como para vivir yo solo.
- ¿Me equivoco? ¡¿Me equivoco?!
Pues no pienso apuntarme ningún cero; más aún, "apúntame un ocho Nota". Creo que llevo las cosas lo suficientemente bien en una semana como para estar contento. Me dedico a negociar "en chino" con los agentes de alquiler de pisos, me he hecho tarjeta de móvil, consigo ir a cualquier sitio sin problema y superé el puerto de primera categoría que supone que se te rompa una maleta en mitad de la estación de tren de Pekín, aguantar con mis cincuenta kilos los treinta de equipaje a pulso y conseguir llegar al tren, cogerlo y hacerme colega de mis compañeros de vagón -excepto de un gordo hijo de la gran puta que parecía que llevaba las calderas de la locomotora en el esófago y no me dejó dormir más de 2 horas seguidas-.
Me dedico a llamar "maestro" a los taxistas, y se lo toman tan bien que de momento ninguno me ha intentado timar. He comido desde lo más pijo hasta lo más tirado pero, "¡eh, yo al menos sé mear en mi sitio!"
Como lección de una semana uno se queda con lo importante. Al final, cuando llegan las dificultades, lo mejor es poner cara de redneck, enfundarte una camisa de cuadros y una gorra de propaganda, mirar desde un camión de San Francisco a la tormenta de problemas a los ojos y decirle "hazme lo que quieras nena, no me enfadaré".