martes, 24 de marzo de 2009

Unas veces te comes al oso...

Diez yuanes es algo más de un euro. Con ellos se puede hacer un montón de cosas: darte tres viajes en metro, coger un taxi, comprarte una botella de cerveza o, incluso, comer. No comes de lujo, es cierto, pero comes. ¿Qué es lo que comes? Eso ya es otro tema.
Parece inevitable llegar a China y no escribir sobre su comida. Tanto es así, que alguno de los periodistas que ha pasado por aquí ha aprovechado el tema para sacar un libro y contar cómo es el país a través de sus banquetes. Yo no voy a llegar tan lejos, porque paso por periodos de amor y de odio con lo que esta gente pone en los platos -las veces que hay platos-, pero tengo muy claro que lo voy a probar todo. Estoy esperando al primer valiente que venga para irme a comer escorpiones a Pekín. Te los venden fritos y pinchados en un palo, como si fuera una brocheta, para que los puedas ver bien. Tiene que ser un puntazo acercarte a la boca un bicho oscuro con pinzas, patas, aguijón y pinta de mala leche. Las langostas tienen su aquél, pero se las ve tan inofensivas metidas en la pecera que no hay comparación. A ver si el emperador Francisco José y Sisí, que vienen de visita en menos de un mes, se apuntan a mi plan de humillación pública.
La cultura culinaria de los chinos es la hostia. Aquí se comen todo lo que tenga alas y no sea un avión, todo lo que vaya por el agua y no sea un barco, y todo lo que tenga patas y no sea una mesa. Sobre aviones y barcos no sé, pero puedo asegurar que yo tengo una mesa con un mordisco.
- Un tipo más sabio que yo dijo una vez: unas veces te comes al oso y otras veces el oso te come a tí.
Al menos todavía no he tenido que luchar contra lo que me iba a comer, pero ir a un restaurante chino tiene algo de pelea. Los camareros son muy serviciales siempre, aunque para que vengan hay que llamarles a gritos. Literalmente. Como suele haber muchos, no hay problema para que te atiendan, pero llamar su atención requiere gritar más que los demás comensales, por lo que a veces el tema se convierte en pura competición. ¡Fuwuyuan!, se dice. Lo cachondo es que fuwuyuan significa servidor, o siervo, así que si uno lo piensa mientras alza la voz y gesticula, la escena mola más todavía.
- Disculpe señor, ¿les importaría bajar la voz? Este es un restaurante familiar.
- ¿Ah sí, querida? Para su información, la Corte Suprema ha rechazado de plano la detención previa.
- Por Dios, Walter, aquí no estamos con la primera enmienda.
- Si no se tranquilizan, tendré que pedirles que salgan del local.
- ¡Señora, algunos compañeros murieron con la cara en el barro para que usted y yo podamos disfrutar de este restaurante familiar!
Por supuesto hay verdaderos cracks -hablo de extranjeros- capaces de pedir cualquier plato con mil detalles, y algunos que incluso leen el menú, preguntan y discuten sobre si las cosas tienen que venir poco hechas, o con mucha sal. Si tuviera que ceñirme a mi limitado vocabulario culinario podría comer cerveza, helado, arroz, pollo con cacahuetes, pato laqueado y tofu "de la abuela". Por eso, como ellos también saben que los extranjeros somos unos paquetes aunque entremos con paso más o menos firme y gritemos ¡servidor! más que nadie, muchos menús tienen fotitos al lado de cada jeroglífico. Al final sólo hace falta saber decir "¡Servidor!, el menú. Quiero una cerveza, ésto, ésto, ésto y ésto (señalando). Rápido. No muy picante. La cuenta. Adios." Es terrible, porque puedes instalarte en la comodidad y por eso mucha gente que vive aquí decide no aprender chino. Yo me esfuerzo, aunque mis conversaciones son, como ya expliqué con los taxistas, absolutamente parcas.
- ¿Tiene una buena zarzaparrilla?
- Zarzaparrilla Sioux City, señor.
- Esa está bien.
De todas formas, lo más normal es que la única conversación que tenga para comer sea "Hola, ¿cuánto? Adios". En Shanghai existe una página web destinada a los "expatriados" en la que tienes medio centenar de restaurantes a los que puedes pedir comida a golpe de click. Comodísimo, muy sencillo, aunque bastante más caro. Creo que si sigo manteniendo el nivel de salir por la noche voy a tener que dejar de hacer el vago para comer. Puede ser una espiral mortal, como las pelis de Steven Seagal, porque con la web al menos me aseguro que la comida sea saludable. Si dejo de comer saludable y encima machaco mi hígado puedo ser candidato a un Darwin... y aunque compartiría pabellón con el tipo aquel que ató a un silla un huevo de globos para volar y se armó con una escopeta para controlar la altura, perdería la oportunidad de celebrar los títulos del Barça. Y eso es algo que este año tengo que hacer.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Tío, no lo hagas en la alfombra

En China hay mucha gente que trabaja a diario, los judíos tienen su día religioso de descanso, en España hay algunos ilustres que no trabajan nunca y yo aquí curro de lunes a viernes, como buen cristiano. Los sábados y los domingos, por tanto, no hay alarma ni despertador que me levante. Sin embargo, ninguno de mis días libres he conseguido disfrutar de mis almohadas japonesas más allá de las 10, porque hay tres sucesos que rompen mi sueño y que en mi urbanización ocurren invariablemente.
Ya se inunde el país o llueva fuego, mi vecindad registra día tras día los tres mismos sonidos por la mañana. Del primero creo que ya he hablado: es una música con toques místicos y épicos -en un sentido opuesto a lo que haría Blind Guardian- al son de la que se mueve la legión de jubilados de mi barrio, mientras hace tai chi. Esto es agradable, porque entre semana me sirve para moverme hacia la ventana y desperezarme viéndoles buscar el Tao, y los findes me relaja y me transporta directamente hasta el siguiente sueño.
- ¿Qué es eso, yoga?
- Aumenta las posibilidades de embarazo.
El segundo ruido que se cuela hasta mi cama es más peliagudo. El jardín está lleno de gatos y un vecino del portal contiguo tiene un loro. Los gatos maúllan -menuda obviedad-, y el cabrón del loro lo intenta. Me temo que el pajarraco tiene los mismos problemas que yo con el chino y como se ha pasado tanto tiempo con la jaula al fresco, se ha cansado de repetir frasecitas y se dedica a copiar a los gatos con insistencia. Maldita la gracia que me hace despertarme con los alaridos del pollo: "¡mgrrrrrrrriaaaaaau!". Agradeceré que en lugar de latitas de aceite o sobres de jamón, las visitas traigan escopeta y cartuchos de postas. Quien aparezca por aquí, comprobará que no miento.
Ahora, lo que es jodido de verdad es despertarse con el tercer sonido. El malo final; la disciplina en la que Guybrush se convirtió en un maestro; el archienemigo del profesor de dibujo... El escupitajo.
- ¡Es una bomba de napalm humana!
No estoy de coña cuando digo que me despiertan los lapos. Esta gente se los prepara a conciencia. Puedes oírles en su casa, por la calle, en el metro o donde sea, intentando iniciar la combustión de un motor imposible: el de su propia garganta. Aumentan las revoluciones, lo paladean, hacen gargajos y, al fin, ¡al aire! Les da igual que pases a su lado, a lo mejor es una forma de marcar el territorio, pero aquello que haga que estos tipos se pasen todo el día escupiendo, mejor que esté fuera de sus organismos que dentro de ellos.
- No tío, no hagas eso... Tío, no lo hagas en la alfombra.
La verdad es que estas cosas hacen que les pierdas un poco el respeto. Ellos me pueden mirar como a un asesino si, al coger una tarjeta, no la sostengo con las dos manos y la miro un par de minutos infinitamente interesado, como si fuera un marciano plano, blanco y acartonado. Se puede hablar de diferencias culturales. Se puede alegar que los conceptos de higiene o limpieza no son los mismos para ellos que para nosotros -tampoco lo son para mí y para mi madre-. Se pueden decir muchísimas cosas, pero qué queréis que os diga: a mí me impacta ver que el señor de la mesa de al lado use una punta de los palillos para coger arroz y la otra para sacarse la cera de los oídos. ¿Bárbaro occidental?
- Al menos yo sé mear en mi sitio.
Ésa es otra. Éste es un país en el que no hay sanidad pública, no hay seguridad social y donde los gobiernos ofrecen pocas cosas gratuitas. Pero algo hay: los baños públicos. Tanto es así que muchos restaurantes y establecimientos no tienen servicio propio y si te entra la llamada de la selva, tienes que irte fuera.
- ¿Acaso no caga el Papa?
"En un agujero en la tierra vivía un hobbit[...]" y en un agujero en la tierra se desahogan los chinos. Vale, no es tan terrible como lo cuento. Es cierto, exagero, no es un agujero en la tierra. Es un agujero en el suelo de porcelanosa de una caseta que da a la tierra.
Hace menos de una semana fui a cenar a un local de comida xinjiangnesa. Xinjiang es una región noroccidental de China y tiene frontera con Mongolia, Rusia, Tajikistán, Kazajstán, Kirguistán, Afganistán, Pakistán e India. Ahí es na. Su comida es muy apreciada por aquí, porque al estar tan al oeste era paso obligado para las caravanas de la ruta de la seda y sus habitantes pillaban influencias de todas partes. Su atractivo y su problema es que han tenido acceso a todas las especias del mundo, las usan para cocinar, y la pitanza acaba siendo un cóctel explosivo. Como aquí no hay pan, para luchar contra el picante yo estaba venga a beber jarritas de zumo rojo que me traían las camareras. Jarrita tras jarrita, mi vejiga se llenó. ¡Mierda! -pensé yo, con un doble sentido-. Llegó la hora de ir al baño... ¿Habrá suerte? Esta vez me dieron buenas cartas y algún monje budista se había reencarnado en urinario moderno justo en ese restaurante, con lo que pude descargar a gusto.
Salió la J en el xinjiangnés. El river también juega.

martes, 3 de marzo de 2009

Ponte los pañales Lebowski, Jackie Treehorn quiere verte

Ejercer el periodismo aquí no es una tarea fácil. Y no hablo del idioma, ni del secretismo con el que todo el mundo lleva las cosas. No, me refiero a las trabas que pone el Gobierno para hacer cualquier tarea, al trato especial que te dan, a los innumerables trámites por los que tienes que pasar, a conseguir el visto bueno de un montón de gente y a no hablar de ello en ningún momento. Lo noto, "no estoy jugando con aficionados".
Soy un pardillo, porque todas las noticas de las que me pueda enterar han pasado, por lo menos, por dos personas más antes que yo. E igual que me ocurre a mí, en estas latitudes le ocurre a todo el mundo que no hable chino. Sin embargo, hablar el idioma tampoco te facilita mucho las cosas. Por lo general, tan sólo te hace subir un escalón para darte antes con la cabeza en el techo.
Me explico, cuando aquí escribo sobre algo es, o bien porque ya ha salido publicado, o bien porque alguien hace una convocatoria. Si ha salido publicado, y lo he leído, quiere decir que es una traducción al inglés de una noticia en chino. Total: el chino que la escribe más el tipo que la traduce, dos. Yo, cuando la leo, tres. De tercera mano. Si es una convocatoria, ya ni os cuento...
Resulta que la información aquí está muy machacadita, para que hasta los pajaritos más pequeños puedan comérsela sin que les haga daño. De todas formas, es lo de menos, porque si yo llegara a enterarme de algo... el Gobierno se enteraría primero.
-Jackie Treehorn sabe qué Lebowski eres, Lebowski. Jackie Treehorn quiere ver a Lebowski el tirado.
He pasado por varias entrevistas hasta conseguir el carnet de prensa y la tarjeta de residencia. Lo más interesante de todas ellas, es que ninguna era "una entrevista". Estos tíos son unos cachondos y tienen un sistema tan engrasado que gira y gira sin que chirríe ni un gozne. La jugada es la siguiente: te llevan a unas oficinas para que rellenes unos papeles, te piden fotitos y tal, te preguntan qué tal estás pasando los primeros días, cómo te van las cosas, si conoces China y, de repente, te encuentras tumbado en una camilla como en un psicoanalista. Mientras tachas el "surname", porque obviamente te has equivocado, para ponerlo donde el "family name", ya les has contado hasta cuánto pesaba tu equipaje. Malditos caracteres - piensas mientras intentas copiar la dirección de tu casa-. Y cuando ven que tus dos cejas se empiezan a crispar poniendo palotes, ellos siguen dándole a la lengua. ¿Quieres un té? ¿Lo tomas con azúcar? ¿Qué piensas del Tíbet?
Ajá, el tema es que yo soy prochino por tocar los cojones, y no me importa nada decir que el Dalai Lama, el Papa y zu Majeztaz estarían mejor echando una partidita de mus con Ariel Sharon. Dios les tenga en su gloria -con estas últimas veinte palabras me acabo de jugar que me censuren el negocio... Veremos-. El problema no viene cuando te cambian las preguntas de pasado a presente ("qué hiciste-qué piensas"), si no cuando te empiezan a preguntar por el futuro ("qué piensas-qué harás"), porque ahí ni todo el poder divino del Dalai, del Papa, o de zu Majeztaz -mucho menos el de Sharon- podría predecirlo. "Qué interesante el trabajo de periodista. ¿Qué noticias vas a contar?" Pues qué quiere que le diga, señorita, contaré lo que ocurra y lo que me dejen. Pero eso ellos ya lo saben. Su trabajo es que yo me entere de las cosas que ellos ya conocen y, además, se han encargado de decírmelo mil veces.
- Se lo contó usted a Brand y Brand me lo contó a mí. ¿Qué pinto yo en todo esto?
- Bueno, esos dos tipos le estaban buscando a usted, así que...
- Se lo voy a repetir: usted se lo contó a Brand por teléfono, y él me lo contó. Sé lo que pasó. ¿Y? ¿Y...?
Bueno, pues por si no me ha quedado claro, me sacan libritos anotados. Oficiales. Así, como si fueran una Constitución, o un código de leyes, si en este lugar las cosas no fueran un tanto arbitrarias. "¿Ve usted lo que pone aquí? El Gobierno de la República Popular de China tiene el derecho a conocer..." Y una lista de historias que ni yo mismo sé sobre mí. ¿Pero cómo quieren que les diga la dirección de mi trabajo, si yo mismo me equivoco de piso y tengo que mantener el tipo ante los vecinos y escabullirme por las escaleras cuando nadie mira, para no volver a meterme en el ascensor como un idiota?
El caso es que, como dijo alguien más sabio que yo, son adorables. Tienen brebajes para luchar contra demonios, en los culebrones de la tele solucionan las discusiones a base de Hadokens, y todas las chicas que se encargan de los periodistas extranjeros son amabilísimas. A pesar de que su trabajo consista en construir una Gran Muralla de obstáculos, al final debe atacarles la vena nostálgica, o la admiración, o incluso la envidia y te acaban viendo más como aliado que como enemigo. Porque el mundo es así, y hasta Jack Burton tiene limitaciones: "quiero que alguien, y no me importa quién, me explique lo que está pasando".
- Me llamo Dafino, soy un fisgón privado, como tú tío.
- ¿Qué?
- ¡Un huelegraguetas! Y te diré una cosa: me encanta tu trabajo. Enfrentar a un bando con otro, meterse en la cama con todos... Es fabuloso, de verdad.
Sí, lo es. Dafino tiene razón. A pesar de todo, es un trabajo fabuloso. Y, de momento, me da de comer.