miércoles, 11 de febrero de 2009

Es el receptáculo de precio más asequible...


No. No me he muerto. Ni he visto todavía partir a Donny, aunque la condenada comedia humana supongo que se sigue perpetuando. He conseguido una casa.
En la entrada anterior amenazaba con pillarme una enorme, por encima de los cien metros cuadrados, donde por muchas barras de pan que alguien comprara, fuera imposible hacer una alfombra de MIGAS en la cena de navidad. Sin embargo, he decidido tomármelo con calma y al final he alquilado un acogedor tercer piso que apenas llega a los setenta. ¿Por qué? Pues muy sencillo, porque para mí solo es más que suficiente.
China es un país en el que es muy fácil adquirir el síndrome del occidental con pasta y, durante los primeros días, parece que nada es suficiente cuando se empieza a medir en euros. Quizá por eso cuando llegué a Shanghai me dirigí a varias agencias de alquiler, les puse un tope máximo de dinero -que aquí siempre es negociable- y les pedí que me enseñaran pisos modernos de dos habitaciones, en "un barrio agradable pequeño y tranquilo".
En Pekín el primer finde me metí la paliza de ver 11 pisos en dos días para acabar alquilando uno "a lo chino" en el que las tuberías oxidadas y las paredes de cemento salvaje convivían con pantallas de plasma y ascensores de ciencia ficción. Para Shanghai prefería algo sin sorpresas y donde no me teletransportara a Kabul cada vez que pasara por el portal.
Los agentes de alquiler lo entendieron a la perfección y durante los primeros días fui a edificios de todo tipo, toqué con el ceño fruncido el cuero de sofás de dos metros y medio que descansaban delante de teles de 40 pulgadas, miré con incredulidad cómo al lado de una cocina recién reformada ponían el microondas que usaba Mao y agité la mano contrariado cuando las vistas desde las ventanas no concentraban, al menos, diez u once rascacielos. Los agentes se mosqueaban porque rechazaba todo y yo, por mi parte, vivía mi particular fiebre del oro, queriendo ver más y más casas y subiendo cada día el caché de lo que estaba dispuesto a pagar.
Al final me llevaron a una urbanización con un lago interior donde podías pasear en barca. Por encima del lago cruzaban puentes de madera y, junto a éstos, habían construido unas terracitas de bambú donde tomar el sol en verano -y disfrutar de la contaminación-. La casa que me enseñaron era un primer piso que daba al lago, con ventanales en el salón que iban desde el agua hasta el techo... Eso sí, el precio era prohibitivo. En mi carrera hacia el lujo había superado mi propio límite, y los agentes de pisos estaban enseñándome ya las casas destinadas a altos ejecutivos extranjeros o miembros del partido. Yo no sabía qué excusa poner, porque estaba claro que la mansión no tenía ninguna pega, así que al final me acabé escabuyendo objetando que con tanta agua en verano eso tenía que ser un nido de mosquitos. Lamentable. Los agentes de pisos, seguros de haberme llevado a un sitio en el que no podría encontrar pegas, empezaron a sospechar de la bonanza económica de un chaval despeinado que llevaba todos los días camisetas arrugadas y no se había afeitado desde que le habían visto aparecer por la puerta de su oficina.
- Oye Bú, ¿no se suponía que este tío era millonario?
- A mí me parece un puto tirado...
Pues eso, que en mi casa el asiento del wáter estará subido. El lago, las barcas y los puentes me llevaron de vuelta a la realidad y empecé a pedir casas de una habitación, con la buena suerte de encontrar una y firmarla el mismo día en el que había bajado mis miras. Una chica pijilla que vivía con mil comodidades tenía que irse a Pekín porque le habían concertado su boda con un empresario de allí y el casero estaba como loco por encontrar a alguien que pudiera cubrir los meses que la chica iba a dejar de pagar en el contrato. Total, que he encontrado una guarida la mar de maja y por un capital más que razonable.
La rueda de la fortuna gira y mientras que unas veces te la juega en una estación de tren, a la semana siguiente te la devuelve con un buen sitio donde vivir.

6 comentarios:

  1. Que seamos los allegados no significa que seamos idiotas!

    Así que ya has atravesado el primer infierno que es la búsqueda de piso... Has conocido ya a algún vechino? (lo siento, no he podido resistirme :D)

    No te quiero asustar, pero te voy avisando, que aprovechando que mi señora está en el paro hasta mediados de mayo, vamos a ver si nos pasamos un fin de semana laaaaargo por allí. En principio la cosa estaría por abril, ya que en marzo tengo varias visitas, como la del señor iffy y una reunión canalla en Praga. Aun tengo que consultar mi calendario laboral, pero la cosa va cobrando fuerza.

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  2. Uoh!! muy buena eleccion, si señor :D, que no m enteré yo que mi casa esta sucia en septiembre, que para eso t la deje a ti alquilada :P.

    TU dejala de lux que ya la veremos!

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  3. Coño, por un instante me pareció estar leyendo un extracto de un discurso de Martin Luther King.

    Como vas a recibir uno y mil comentarios sobre tu casa china, permíteme que te felicite por lo desprendido de tu prosa. No habrás visto morir a tus compis en Vietnam con la caa en el barro, pero cada vez se hace más ameno leerte.

    Sigue así, e imprimiré tus textos, los llevaré a la agencia de marcas y patentes y buscaré un editor con el que lucrarme. Eso sí, te dejaré una pequeña participación en forma de dedicatoria...

    Un abrazo,
    Capitán Billetazo (¡e hijo!)

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  5. Vaya vaya, el señor Sauras ya con un apartamento de semiterrateniente con tus casi 70 metros. Yo personalmente creo que la opción para la tradicional cena de "migas" de pan sería contratar un mayordomo que fuera recogiéndolas y repartiéndolas para volverlas a tirar, le daría un toque... distinguido al evento. Amos, que me alegro de que ya tengas un sitio donde atrincherarte si las ordas rojas deciden expulsarte del país. Disfrútalo y sigue comentando, que te echamos de menos.

    PD: Por favor, de mi parte despídete de alguna china diciéndole chao chao chochín y grábalo tío XD

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  6. Me ha encantado detectar esta entrada de tu diario Henry Jones, ha sido como leer las aventuras de Lucky Star buscando un piso en puerto Marte, narradas como la crónica de una partida de poker.

    Me enorgullezco de ver que has rehusado el impersonarte en la imagen del europeo flemático colonial a lo rock-star que acaba teniendo por vecino a Jackie Treehorn y has sabido mear en tu sitio.

    Al menos espero que si en ese barrio no hay cerca un buruer in&out, si que allá una buena escuela de kung-fu.

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