martes, 3 de marzo de 2009

Ponte los pañales Lebowski, Jackie Treehorn quiere verte

Ejercer el periodismo aquí no es una tarea fácil. Y no hablo del idioma, ni del secretismo con el que todo el mundo lleva las cosas. No, me refiero a las trabas que pone el Gobierno para hacer cualquier tarea, al trato especial que te dan, a los innumerables trámites por los que tienes que pasar, a conseguir el visto bueno de un montón de gente y a no hablar de ello en ningún momento. Lo noto, "no estoy jugando con aficionados".
Soy un pardillo, porque todas las noticas de las que me pueda enterar han pasado, por lo menos, por dos personas más antes que yo. E igual que me ocurre a mí, en estas latitudes le ocurre a todo el mundo que no hable chino. Sin embargo, hablar el idioma tampoco te facilita mucho las cosas. Por lo general, tan sólo te hace subir un escalón para darte antes con la cabeza en el techo.
Me explico, cuando aquí escribo sobre algo es, o bien porque ya ha salido publicado, o bien porque alguien hace una convocatoria. Si ha salido publicado, y lo he leído, quiere decir que es una traducción al inglés de una noticia en chino. Total: el chino que la escribe más el tipo que la traduce, dos. Yo, cuando la leo, tres. De tercera mano. Si es una convocatoria, ya ni os cuento...
Resulta que la información aquí está muy machacadita, para que hasta los pajaritos más pequeños puedan comérsela sin que les haga daño. De todas formas, es lo de menos, porque si yo llegara a enterarme de algo... el Gobierno se enteraría primero.
-Jackie Treehorn sabe qué Lebowski eres, Lebowski. Jackie Treehorn quiere ver a Lebowski el tirado.
He pasado por varias entrevistas hasta conseguir el carnet de prensa y la tarjeta de residencia. Lo más interesante de todas ellas, es que ninguna era "una entrevista". Estos tíos son unos cachondos y tienen un sistema tan engrasado que gira y gira sin que chirríe ni un gozne. La jugada es la siguiente: te llevan a unas oficinas para que rellenes unos papeles, te piden fotitos y tal, te preguntan qué tal estás pasando los primeros días, cómo te van las cosas, si conoces China y, de repente, te encuentras tumbado en una camilla como en un psicoanalista. Mientras tachas el "surname", porque obviamente te has equivocado, para ponerlo donde el "family name", ya les has contado hasta cuánto pesaba tu equipaje. Malditos caracteres - piensas mientras intentas copiar la dirección de tu casa-. Y cuando ven que tus dos cejas se empiezan a crispar poniendo palotes, ellos siguen dándole a la lengua. ¿Quieres un té? ¿Lo tomas con azúcar? ¿Qué piensas del Tíbet?
Ajá, el tema es que yo soy prochino por tocar los cojones, y no me importa nada decir que el Dalai Lama, el Papa y zu Majeztaz estarían mejor echando una partidita de mus con Ariel Sharon. Dios les tenga en su gloria -con estas últimas veinte palabras me acabo de jugar que me censuren el negocio... Veremos-. El problema no viene cuando te cambian las preguntas de pasado a presente ("qué hiciste-qué piensas"), si no cuando te empiezan a preguntar por el futuro ("qué piensas-qué harás"), porque ahí ni todo el poder divino del Dalai, del Papa, o de zu Majeztaz -mucho menos el de Sharon- podría predecirlo. "Qué interesante el trabajo de periodista. ¿Qué noticias vas a contar?" Pues qué quiere que le diga, señorita, contaré lo que ocurra y lo que me dejen. Pero eso ellos ya lo saben. Su trabajo es que yo me entere de las cosas que ellos ya conocen y, además, se han encargado de decírmelo mil veces.
- Se lo contó usted a Brand y Brand me lo contó a mí. ¿Qué pinto yo en todo esto?
- Bueno, esos dos tipos le estaban buscando a usted, así que...
- Se lo voy a repetir: usted se lo contó a Brand por teléfono, y él me lo contó. Sé lo que pasó. ¿Y? ¿Y...?
Bueno, pues por si no me ha quedado claro, me sacan libritos anotados. Oficiales. Así, como si fueran una Constitución, o un código de leyes, si en este lugar las cosas no fueran un tanto arbitrarias. "¿Ve usted lo que pone aquí? El Gobierno de la República Popular de China tiene el derecho a conocer..." Y una lista de historias que ni yo mismo sé sobre mí. ¿Pero cómo quieren que les diga la dirección de mi trabajo, si yo mismo me equivoco de piso y tengo que mantener el tipo ante los vecinos y escabullirme por las escaleras cuando nadie mira, para no volver a meterme en el ascensor como un idiota?
El caso es que, como dijo alguien más sabio que yo, son adorables. Tienen brebajes para luchar contra demonios, en los culebrones de la tele solucionan las discusiones a base de Hadokens, y todas las chicas que se encargan de los periodistas extranjeros son amabilísimas. A pesar de que su trabajo consista en construir una Gran Muralla de obstáculos, al final debe atacarles la vena nostálgica, o la admiración, o incluso la envidia y te acaban viendo más como aliado que como enemigo. Porque el mundo es así, y hasta Jack Burton tiene limitaciones: "quiero que alguien, y no me importa quién, me explique lo que está pasando".
- Me llamo Dafino, soy un fisgón privado, como tú tío.
- ¿Qué?
- ¡Un huelegraguetas! Y te diré una cosa: me encanta tu trabajo. Enfrentar a un bando con otro, meterse en la cama con todos... Es fabuloso, de verdad.
Sí, lo es. Dafino tiene razón. A pesar de todo, es un trabajo fabuloso. Y, de momento, me da de comer.

1 comentario:

  1. Como directora de tu club de fans no oficial te doy la enhorabuena y te animo a que sigas actualizando con frecuencia. No nos dejes de lado, te queremos en la red...

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